lunes, abril 24, 2006

La magia del billar.


¿Que hacen dos madrileños, dos argentinos, tres andaluces y un vasco, con un billar americano de quinientos kilos un sábado por la tarde?

Parece el comienzo de un chiste, ¿verdad?. Pues nada mas lejos de la realidad, así pasamos la tarde del sábado; seis largas horas hasta llevar a buen termino la misión "Bola8", como pasaremos a denominarla.

Todo comenzó mes y medio atrás, cuando uno de mis mejores amigos, tras una reunión de trabajo con un viejo cliente, recibe de este la oferta de retirar uno de los billares que habían quedado en un local que hasta ahora tenia alquilado. Y mi buen amigo ni corto ni perezoso acepto gustoso. ¡ Un billar totalmente gratis! Era el destino.

Tras pensárselo detenidamente, pues se mudo hace poco a su nueva casa, sita en una de esas colmenas, diseñada por uno de esos avispados arquitectos que oyendo a la ministra de vivienda predicar las maravillas que se podían albergar en treinta metros cuadrados, acuden rápido al ahorro del espacio, y tienden al minimalismo forzado para rentabilizar al máximo los metros cuadrados de terreno urbanizable. Por fin llego el día, y recurrió a todos los disponibles para la ocasión, que no fueron pocos.

Así partió de Estepona la caravana que iba encabezada por la gran furgoneta azul donde viajaría cariñosamente arropado el billar hasta las colinas de Sierra Bermeja donde descansaría en la terraza de Kike.

La primera impresión que tuvimos todos al ver el billar, al llegar a San Pedro de Alcántara, pueblo vecino, fue de incredulidad, pues lo que en un principio era un billar del estilo "snooker", se había convertido en una mesa enorme que nos desanimo bastante, pues sin bolas y con el tapete como el suelo de un patio, aunque consiguiésemos subirlo hasta la terraza, no lo probaríamos esa tarde. Pero bueno, aun nos esperaba la cerveza fría. Así que todos a una lo subimos a la furgoneta y lo llevamos a su destino.

Hasta aquí, lo más fácil ya estaba hecho, quedaban aun cuatro tramos de empinadas escaleras con difíciles giros, y una pared vertical de cuatro metros, hasta alcanzar la cima en la terraza de Kike. Pero como no podía ser de otra manera, la primera parada la realizamos justo al principio de la primera escalera; allí tomamos la salomónica decisión, de desmontar el billar, y quitarle el mayor peso posible. Aquí comenzó realmente la aventura.

Entre las risas de los vecinos que pasaban y no se creían lo que veían, ocho personas, nos pusimos manos a la obra para desarmar el mastodonte. Sacamos nuestras mejores herramientas, un buen taladro Hilty de batería, con su juego de brocas, una machota de pesada cabeza, y alicates y destornilladores, y como forenses novatos ante su primera disección, no sabíamos como hincarle el diente. Las teorías fluyeron, las ideas eran numerosas y los intentos, una y otra vez, infructuosos. Rompimos brocas, destrozamos cerraduras e introducimos nuestras manos, por todos y cada uno de los agujeros que hallamos; pero nada. La alianza internacional no surtió efecto.

Y menos mal, que no tenemos que ganarnos la vida como piratas, seriamos una banda nefasta, sin botín que repartir. Así que como resignados costaleros, arrimamos el hombro y alzamos a pulso el objeto de nuestro deseo. Un escalón tras otro, arriba, arriba, arriba. Y uniendo nuestros esfuerzos conseguimos dejarlo junto a la pared de la terraza, el ultimo gran escollo. Llegados a este punto y tras una nueva parada y un buen concilio, donde volvimos a deliberar cuales serian los mejores planes a seguir, con la inestimable ayuda de un vecino que amablemente se apunto a la aventura para ayudarnos, optamos nuevamente por intentar desarmar el billar. Había que aligerar peso o no llegaríamos con el arriba.

Entonces, ¡eureka!. Embellecedores fuera como por arte de magia, y tornillos a la vista; esta vez teníamos la llave. El Hilty rugió, los tirafondos cayeron y el tapete estaba liberado; Pero aquí nuevamente se ciñio sobre nosotros el mal fario y al intentar sacar el tapete, la pizarra salto por una de sus vetas debido a su propio peso. Nuestro gozo en un pozo.

Sin el peso de la pizarra, el billar parecía liviano, lo que nos animo nuevamente a intentar él ultimo tramo, la pared vertical.


Asi que dispusimos cuerdas, que amarramos firmemente al billar, con unos buenos nudos marineros que realizo nuestro patron de barco. Una vez las cuerdas estubieron fijas y seguras, o eso pensamos, decidimos que era el momento de poner en marcha el gran plan, ¡una, dos, y tres!.

Y la escalada comenzo; he de confesaros que hubo momentos dramáticos, tensos, donde pensamos que no lo conseguiríamos, en uno de los últimos embistes el billar pareció estar clavado a la pared, los que comenzamos alzando el billar desde abajo corrimos escaleras arriba hasta la azotea para seguir tirando, los rostros enrojecían, y por fin se inclino hacia el suelo de la terraza, ¡el ultimo tirón!, y las patas regulables tocaron el suelo como en un sutil alunizaje.

¡Victoria! El jubilo estallo, y nos felicitamos por el trabajo bien realizado. Una nueva prueba de que la unión hace la fuerza y que las manos que trabajan en equipo no conocen fronteras.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Como bandidos no valéis un duro, eso es verdad, pero como costaleros... En fin, si hubiera sido la Virgen del carmen en lugar de un billar se hubiera ahogado ¡Y eso que flota!
Eso sí,como escritor no tienes precio.
A ver si alguien se anima a batirse en duelo contra tu pluma (tu teclado, en este caso) y demostráis una vez más que las palabras son un arma bien afilada.

Un beso, DaDi, donde te apeteza esta noche.

Anónimo dijo...

que pena que yo no hubiese llegado antes para hacer fotos a ese grupo de apañaos sibiendo ese billar que a pesar de todo no creo que sirba para mucho dentro de unos meses jejej y tengais que volver a bajarlo pero eso si que no me lo pierdo un besazo ñito

Anónimo dijo...

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