viernes, julio 07, 2006

Cara de Poker

Hoy me levanto y al mirarme en el espejo busco la sonrisa que cada día me recuerda la buena vida que me ha tocado vivir, la suerte de poder levantarme cada día del mullido colchón que colocó en mi cama el estado de bienestar; saciados mis apetitos, cobijados mis huesos, ilustrado por las oportunidades, me miro y soy consciente de la suerte que tengo de vivir esta vida.

Y apesar de todo, aún hay algo que no termina de cuajar en mi interior. Es una de esas épocas en las que algo te impide disfrutar realmente de todas esas oportunidades que se despliegan ante uno. Una de esas épocas donde apesar de valorar lo que se tiene, se siente que no es bastante, que no es suficiente.

Y no es deseo de poseer más, sino de poder disfrutar mejor. Es un deseo de poder realizarse como persona, sentirse pleno, hallar la empresa que te ha traido hasta este mundo y realizar por fín aquello que te haga llegar a la meta y alzar los brazos con los ojos inundados por las lágrimas de felicidad, henchido de orgullo.

Hoy por hoy creo que la única traba que tengo es la de sentirme realizado laborálmente; a mis veintiocho años puedo decir que he hecho casi de todo, desde las épocas de autónomo donde fuí esclavo de la hostelería, la informática, la prensa especializada, el tatuaje o el montaje profesional. Negocios que unas veces por falta de experiencia empresarial, por no decir exceso de inocencia, y otras por malas colaboraciones no llegaron a buen puerto, aunque tampoco dejaron mal sabor de boca; hasta las épocas de trabajar por cuenta ajena, como comercial, profesor de kick, maitre, hamaquero, conductor, o ahora que ya llevo casi dos años en este puesto indefinible.

Buen trabajo si se mira objetívamente, buen horario, buen sueldo, a diez minutos de casa, pero de caótica manufactura, con un equipo de trabajo inexistente que solo se entorpecen unos a otros ( familia la mayoría de la plantilla). Y donde todo se convierte en una lucha continua que llega a cansar demasiado. No me gusta decirlo pero me rindo, así no llegamos a ningún sitio.

Pero apesar de todo, la sonrisa vuelve a mis labios, acude a la llamada del nuevo viaje que pronto emprenderé; siempre tendré tiempo de hacer lo que hago ahora, o de repetir algo de lo que ya hice, pero quedan pocas oportunidades para mirar a los ojos al destino y volver a envidar a grande, vuelvo con nuevas cartas en la mano, con una nueva jugada en la que como siempre hay que arriesgar. Por delante Londres, una novela, un par de libros colmados de versos y un año con el paro como mecenas, para intentar que reviva el gusanillo de mi pecho al despertar cada mañana y saber que si no ha de ser, al menos lo habremos intentado.

Ya solo me queda mirar al frente y poner cara de poker.

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